A veces seguimos el camino que otros (padres, pareja, hermanos, amigos…) han marcado para nosotros sin preguntarnos por nuestros propios deseos y las verdaderas necesidades. ¿Por qué lo hacemos? Tal vez dejarse llevar requiere menos complicaciones, pensamos que seguir a otros significará gustarles o simplemente nos resulta muy complicado ir en contra de lo que otros desean para nosotros y tememos el conflicto o enfado que pueda generar.
La importancia de pertenecer es algo que sentimos desde que somos niños. Queremos pertenecer a la familia, a la escuela, al grupo de amigos, al club de deporte, al vecindario, etc. Quedarnos fuera es muy doloroso y se despierta la herida de rechazo y abandono. Por eso nos adaptamos una y otra vez, para que nos quieran.
Hacemos todo lo que está en nuestras manos para ser aceptados, para gustar y ser reconocidos. Desde la infancia, nos convertimos en niños buenos para gustar a mamá, en el gracioso para agradar a papá, en la tímida para no destacar ante mi hermano, en el sufridor para no desentonar con el aire que se respira en casa, etc. Es tan grande la compensación que hemos ido haciendo que nos llegamos a olvidar de nosotros mismos, de nuestra esencia y de lo que nos gusta a nosotros. Todo para gustar porque nos importa lo que piensen los demás.
Sin embargo, es un gran precio el que pagamos queriendo agradar a todo el mundo y tratando de ser aceptado. Estos son algunos de los pesos con los que no toca cargar:
- Ir en contra de nosotros mismos. Dejamos de ser quienes somos hasta perder nuestra personalidad e identidad.
- Desconexión: no sabemos lo que sentimos o queremos. Haciendo lo que otros esperan de nosotros dejamos de escucharnos a nosotros mismos y olvidamos nuestros deseos.
- Seguir un camino profesional o personal no deseado. ¿Cuántas personas terminaron estudiando la carrera que su padre quería para ellos? ¿cuántos han tenido hijos porque era lo que se tenía que hacer?
- Falta de honestidad con nosotros y autenticidad con los demás. Tanto adaptarte a los demás te sientes falso e hipócrita. La fachada no se puede mantener toda la vida y en algún momento te preguntarás ¿y en realidad quien soy yo?
- Equivocarnos tratando de cumplir una expectativa que ni siquiera hemos contrastado. Nunca sabemos si aquella cualidad por la que tanto nos esforzamos en llegar, es verdaderamente lo que gusta a las personas.
- Mantener relaciones que no deseamos. Si te rechazan por ser tú, porque no gustan tus ideas, opiniones o valores es una señal para decidir a quien quieres en tu vida. No tiene sentido mantener relaciones falsas.
- Falta de autoestima. No nos gustamos tal cual somos y pensamos que siempre hay algo que se podría mejorar o cambiar para que guste a los demás. Nos volvemos muy autoexigentes hasta el punto de hacernos daño, de querer otro cuerpo, otra forma de ser, culparnos y volvernos más inseguros.
Si tienes un minuto, párate a pensar en todo aquello que estás haciendo en tu vida y que en verdad no te gusta. ¿Por qué lo haces? ¿por qué has renunciado a ser tú mismo?
Reflexiona sobre tu autenticidad y cuánto de la vida que vives es una búsqueda de seguir agradando a los demás a pesar de lo doloroso que es para ti y de todo lo que sientes que estás perdiendo.