Ahora llega el período de vacaciones; ese momento del año en el que nos permitimos parar y descansar, parar y viajar, parar y estar con la familia, parar y bajar a la playa, parar e ir al pueblo, parar y leer. En definitiva, parar y seguir haciendo.
¿Cuántas veces te permites parar de verdad? Parar y no hacer, parar y observar lo de fuera y también observarte por dentro. Ese momento de quedarte quieto y estar con aquello que sientes, con lo que hay, con lo que acontece.
Vivimos con la inercia de la vida. Muy a menudo escucho a algunas personas decir «Por favor, ¡que la vida se pare que yo me bajo!». Y lo cierto es que la vida no para, la vida es puro movimiento, cada día suceden muchas cosas desde que nos levantamos hasta el momento de ir a dormir. Incluso durante los sueños siguen sucediéndose las imágenes, el corazón sigue latiendo y los pulmones tomando y soltando aire.
La vida no va a frenar pero tú sí puedes hacerlo. Puedes concederte momentos de estar contigo y ver todo lo que te está pasando. Pero no es fácil estar con nosotros mismos. Es más fácil estar con el móvil, con la televisión, con los amigos, con miles de tareas, comiendo o bebiendo. Cualquier cosa que nos distraiga de nosotros es más sencilla porque nos anestesia de lo que verdaderamente sentimos.
Hay quienes consideran que parar es una idiotez, que es improductivo, ineficaz, que es un lujo, que no hay tiempo, que lo «cool» es hacer mucho y que se vea. De ahí que Instagram y Facebook estén llenos de fotos que plasman experiencias envidiables, momentos felices, viajes inolvidables y sonrisas «de postureo». Hay personas que piensan que si paran, su vida se pone en riesgo, que gastan el tiempo. ¿Pero dónde vamos tan deprisa? Si al final, si lo piensas, vamos a llegar al mismo lugar, a la muerte.
Atreviéndome a PARAR
Mi experiencia es que parando aprendo a estar conmigo misma. No siempre es fácil porque a veces aparece la angustia, el miedo, el dolor, la frustración y la impotencia (emociones que preferiría no sentir). Sin embargo, sé que solo parando puedo llegar a sentirlas y dejar que la vida me atraviese. Aprender a estar con todas las emociones incómodas también me libera, porque hacerlas caso me permite ir conquistando un lugar de mayor serenidad.
La vasija de la calma y la quietud es cada día más amplia y eso me permite vivir más feliz. Si aparece la tristeza, no he de salir corriendo a mitigarla o taparla, puedo sentirla y saber que se pasará. Sin drama, sin miedo, sin aferrarme a ella y sin evitarla. Si aparece la impotencia, trato de respirarla y acompañarla, aunque internamente siga la pelea de querer estar en otro lugar diferente al que estoy y haciendo algo para quitármela. Aumentando la presencia, la sensación se irá porque nada es permanente; pero solo atendiéndola y parándome a sentirla, me doy cuenta que está ahí y también que se va.
A veces la vida se encarga de pararte cuando ya no puedas más. De ahí que aparezcan las enfermedades, lesiones, los despidos laborales, los divorcios y finalmente la muerte. Esa sí que es la parada final, pero antes habrá muchos momentos en los que nos seguiremos resistiendo a parar si no aprendemos a hacerlo.
¡Atrévete a parar! Como si fuera un acto heroico, como si fuera una cita contigo, dedicándote una horas de estar a solas con tus sentimientos y pensamientos. Búscate como compañera y alíate contigo mismo para vivir todo lo que te esté sucediendo.
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