Se ha sobrevalorado la resiliencia, la resistencia y fortaleza frente a la sensibilidad y vulnerabilidad. Sin embargo, somos frágiles y vulnerables a pesar de las capas de protección que nos hemos ido poniendo para no dejarnos vencer. Porque la idea con la que crecemos es la de seguir adelante con nuestra vida, con sus complejidades y conflictos, con los cambios e incertidumbres, con las pérdidas y el vacío que sentimos; y todo ello sin pararnos a sentirlo.
Parece que así es como se ha de ir por la vida, siendo fuerte y como si nada te pasara, pareciendo feliz a todas horas o sabiendo gestionar cualquier emoción. Está mejor visto ser fuerte que vulnerable, estar alegre que sentirse triste, reír que llorar, mostrar que lo sabes todo y eres perfecto mejor que dudar y decir «no sé».
¡Ay la tan odiada «debilidad»!… porque ser débil es lo peor o porque llorar es de débiles me decían de pequeña. Y crecemos pensando que tenemos que ser valientes y no sentir miedo, tener plena tranquilidad y no asustarnos y preocuparnos. ¡¡Cuántas cosas tenemos que ser!! Todo menos SER NOSOTRES MISMES.
Hemos ido construyendo esa fortaleza a través de insensibilizarnos, de no mirar el dolor, de no escuchar (nos) y no querer ver lo que nos emociona. Y por supuesto, dejar de mirar nuestras debilidades nos desconecta no solo de nosotros sino también de los demás. Así están las calles, llenas de zombis desconectados emocionalmente, desconectadas de nuestro corazón y nuestra piel, pero hiperconectados con pantallas, redes sociales y cámaras que muestran solo el lado bueno de las cosas.
Quizá ese sea el modo de sobrevivir en la jungla, pero nosotros no vivimos en la selva aunque en eso hemos convertido este mundo. Yo me niego a deshumanizarme. ¿Y tú?
FORTALEZA = VULNERABILIDAD
A veces, quiero abogar y hacerme activista de la fortaleza proveniente de la vulnerabilidad. Quiero apostar por cultivar el calor frente a la frialdad, el sentir frente al actuar, el cuidar frente al pensar y dar permiso a llorar si lo que se siente es miedo.
Y así, defender esa sensibilidad que nos hace mirar con cariño a la persona que sufre, al amigo enfermo que se está apagando, al mendigo que pasa frío, al niño que llora desconsolado, a la abuelita que camina despacio como si se fuera a romper, a la hermana que llora porque se siente incompetente o al adolescente incomprendido y desubicado.
La fragilidad nos acerca a las personas; como sucedía hace un año cuando comenzaba esta pandemia y estábamos llenos de miedo, dolor e inseguridad. Esa sensibilidad que mostrábamos mirándonos a los ojos, preguntándonos más a menudo cómo estábamos, llorando la muerte de personas conocidas y desconocidas acercó nuestras distancias (nunca estuvimos más cerca incluso estando lejos). Pero en cuanto volvimos a la normalidad, hemos perdido de nuevo esa vulnerabilidad si es que alguna vez la encontramos.
¡Vivamos humanamente! ¡Vivamos fragilmente! ¡Vivamos vulnerablemente!