Quizá nunca te lo habían dicho de esta manera o sí, pero quisiera que lo escucharas, ¡eres imperfecto! ¡somos imperfectos!
Reconocer la imperfección alivia y adelgaza, es decir, uno pesa menos cuando se quita la carga de la perfección y «el tener que hacer las cosas bien o incluso mejor». Conviene de vez en cuando darse el permiso de errar aunque no esté dentro de tus cálculos.
En algún momento de tu vida, quizá ante un padre o madre perfeccionista y a la vez persecutores con cómo debías hacer tu cama, ordenar tu habitación, presentar los trabajos en el colegio, llevar la ropa puesta…te convertiste en un gran perfeccionista y te olvidaste de vivir desde lo imperfecto.
Hasta que un buen día, descubres que «lo perfecto es enemigo de lo bueno» como dijo Voltaire y que puedes seguir creando y construyendo con calidad y en tiempos razonables, y lo que es mejor, sin la presión y el desgaste físico, mental y emocional de seguir buscando la perfección. Y es entonces, cuando te sientes más ligero porque has logrado soltar la EXIGENCIA de hacerlo mucho mejor.
¿Cómo puedes detectar si estás buscando la perfección?
Tú lo sabes, tú sabes cuándo te estás poniendo exigente con el cierre de un trabajo, la presentación de un proyecto, la preparación de una clase, con tu pareja o en la redacción de un post. Sabes que lo llevas preparado pero aún quieres dedicarle un rato más, hacer una última lectura, volver a revisar los textos…y esto hace que te demores en la entrega o el lanzamiento de un proyecto.
Y no solo eso, buscar la perfección hace que pierdas energía por el camino, te frustres y te sientas infeliz. Siempre va a haber algo más que mejorar así que terminarás estresado y sin haber alcanzado la perfección.
Sin olvidar que para quienes están cerca de ti lidiando con tu perfección resulta muy incómodo. Por lo general la perfección va de la mano de la rigidez, de pensamientos testarudos y sentirse en posesión de la razón.
Ante la rigidez del perfeccionista el mejor antídoto es buscar la flexibilidad. Desde Cuerpo y Gestalt te proponemos empezar por la flexibilidad física a la que acompañará también la mental y emocional. Hasta poder observar que «nada es perfecto» o que «todo es perfecto tal y como es».