Permítete llorar si tienes ganas. Deja que aflore tu sensibilidad, esa que has escondido por vergüenza durante muchos años. No pasa nada, todo esta bien. Si lloras está bien, si ríes está bien, si te enfadas y te frustras está bien, si te duele está bien.
Tu humanidad no es solo ayudar a quienes lo necesitan, aplaudir al personal sanitario, escuchar a tu gente o solidarizarte con el enfermo. Todo empieza por ser humano contigo mismo, con tu dolor y tu tristeza, con tu miedo y tu vulnerabilidad, con tu vergüenza y tu inseguridad, con tu desorientación e incertidumbre.
Todo está bien y tiene sentido. No te pelees con lo que sientes. Llora si quieres llorar. Deja que el dolor, el cansancio, la angustia, la pena o la rabia se expresen.
Hoy el día se levanta lluvioso, la ciudad se atreve a llorar lo que una gran parte de la población española sigue conteniendo. La virulencia del coronavirus está atacándonos no solo en un plano físico, económico y social, sino también en el emocional. Hablemos de ello. Compartamos con el amigo, la vecina, la pareja, el hijo o el padre al que nunca decimos “tengo miedo”.
Hoy me permito llorar, hoy me doy el tiempo que necesito para expresar aquello que siento sin tapar nada. Hoy digo “tengo miedo” y no sé qué va a pasar ni cómo voy a afrontar cada día que pase. A veces ni siquiera tengo palabras para expresar lo que me está pasando pero lo siento en el cuerpo. Siento un nudo en la garganta, una presión en el pecho, el estómago encogido o la respiración entrecortada, la cabeza no piensa igual que siempre y tengo sensación continua de aturdimiento.
A veces, el cuerpo sabe más y se da cuenta antes que la mente de que algo incómodo le sucede. Puede que tu miedo se instalara hace unos días y no consigas arrancártelo. Bien, está bien, no has de arrancarlo como si de algo ajeno a ti se tratara. El miedo no ha venido a invadirte y hacerte daño, más bien ha venido a cuidarte, a que le atiendas y te hagas amigo suyo.
Aunque la primera intención es quitarse el miedo, distraerlo, jugar al escondite con él, te invito a que simplemente lo veas y lo sientas un ratito. Puedes sentirlo y no salir corriendo.
Tu miedo me importa. Yo lo quiero escuchar. Yo quiero darle espacio y atenderlo. Da igual qué miedo sea. Desde el miedo más inconsciente y lejano al más concreto y cercano; todos son tuyos y te pertenecen.
Tus miedos tienen sentido. También el de tu amigo, el de tu pareja o el de tu madre, que a veces será igual o diferente al tuyo.
Tu miedo es legítimo. Incluso cuando creas que no hay razón para sentir miedo, yo te digo que tienes todo el derecho a sentirlo y llorarlo.
Miedo a que mis padres se infecten, miedo a perder a un ser querido, miedo a salir a la calle, miedo a hablar con la vecina si está demasiado cerca, miedo a comprar tomates, a que mi hijo se enferme, miedo a lo que sucederá después, miedo a que la policía me detenga, miedo a coger el metro para ir a trabajar, miedo a no poder volar y volver a mi ciudad, miedo a llevarle comida a mi tía que es viejita, a perder el trabajo, a separarme de mi pareja, a no poder vender la casa que tanto tiempo llevo anunciando, a ir al hospital si me encuentro mal, a la soledad, a que me suba la fiebre, a morirme y que nadie esté cerca cogiéndome la mano, a no poder despedirme de mi padre si se muere.
Miedo sentido, miedo entendido, miedo que estás ahí, miedo que te veo, miedo que te bailo, que te escucho y te nombro, ¿miedo dónde estás?
Por hoy simplemente te invito a sentir tu miedo y si lo deseas, llóralo. Claro que sí, no has de hacer nada con ello. Y si no lo puedes llorar, también está bien. Y si no sientes miedo, simplemente respira y conecta con tu abdomen, deja que la respiración vaya abriendo espacio en tus pulmones, en tu pecho y cada zona de tu cuerpo que sientas más apretada y tensa. Quizá el miedo aparezca y quizá no.