Una y otra vez encontramos algo en nosotros mismos que no nos gusta y buscamos la manera de cambiarlo. Esto nos lleva a una continua carrera hacia la mejora y nos pasamos la vida tratando de ser alguien diferente a quien soy. Un objetivo que nos genera angustia, decepción, culpa, frustración, estrés, etc.
Quiero ser más delgado o tener más pelo, saber más idiomas, ganar más dinero, ser más sociable o menos nervioso, no equivocarme, menos arrugas, más inteligente, menos sensible, más seguro de mi mismo, fuerte, amoroso, resolutiva, eficiente, ordenado, tener la mente fría, espontáneo, impulsiva, menos borde…la lista es infinita porque siempre hay algo que señalar en nuestra forma de ser con el ánimo de transformarlo en algo distinto.
Algunos lo viven como un logro que alcanzar: «el mejorarse», «tratar de ser una mejor versión de sí mismo» o «evolucionar». Una trampa que nos mantiene enganchados al cambio continuo y lo que es peor, a la crítica continua hacia quienes somos.
Desde mi punto de vista no es algo a alcanzar, no es una zanahoria que conseguir en esta carrera de relevos que nos hemos creído que es la vida. Porque cuando nos lo proponemos como objetivo al que hay que llegar es porque partimos de que «así como soy no estoy bien y no soy suficiente».
¿Y si cambiamos el punto de vista? ¿Y si te dijera que así como eres «estás bien»? ¿Que eres un ser maravilloso, singular y excepcional en esta vida?
La idea no es «ser otro» sino «quererte así como eres». Cultivar el amor hacia ti, mirarte con respeto y cariño. Como cuando miras a un bebé, con la inocencia y el amor que nace del corazón. Al bebé no tratas de cambiarle, ni mejorarle. Al bebé no le pones a dieta, le planificas o le dices continuamente cómo tiene que ser.
Mira al bebé que tienes dentro, a ese ser neutro que desprende tanta belleza tal y como es. Ese eres tú también. Y así como eres, también te puedes gustar.