La vida es movimiento. Nada es estático y nada permanece. A veces sentimos que las situaciones duran más tiempo del que nos gustaría y otras que pasan demasiado pronto.
Que todo pasa es cierto, que nada es permanente también. Eso es lo bueno y lo malo que tiene el movimiento vital. No siempre queremos permanecer en una emoción que duele y sin embargo querríamos alargar aquellas sensaciones placenteras. Los budistas hablan de la ecuanimidad, ese estado de equilibrio que no se deja afectar por el éxito ni el fracaso, por el placer ni el dolor, por la ganancia ni la pérdida.
Aprender a vivir en armonía tanto si lo perdemos todo como si todo lo ganamos requiere de conciencia y trabajo interior. Puede que no sea un camino sencillo pero sí que se pueden ir dando pasos hacia el desapego, la desidentificación y la aceptación de la vida tal y como es. Los cambios se dan queramos o no, así que no es necesario ir continuamente buscándolos, aspirar al avance y agarrarnos a la idea de que prosperar nos traerá mejor vida.
Entre los pequeños descubrimientos que llevan a entender la transformación, está el trabajo de conciencia corporal como herramienta para observar que nada es estático. Incluso en la más absoluta quietud, nuestro cuerpo se mueve internamente. La respiración no cesa y el corazón sigue bombeando sangre, entre otras miles de funciones vitales de nuestros órganos.
Si además, tomamos la decisión de mover cualquier parte del cuerpo, veremos que hay transformación. Os invito a usar el movimiento como práctica para observar los cambios de estado emocional.
Verás que cuando bailas, paseas o haces cualquier ejercicio, tus emociones cambian. Sabemos que actividades como el deporte, estar con los amigos o reír genera endorfinas, pero más allá de eso, simplemente mover el cuerpo te pone en contacto con tu estado emocional y la mayoría de las veces lo transforma.
A veces mover el cuerpo hace que aflore la tristeza contenida que hay, por eso no es extraño que desbloqueando el diafragma con alguna postura de yoga o bionergética aparezca el llanto. Otras veces movernos puede intensificar la inquietud o alterar el pulso, despertar la vitalidad y energía que hay en ti, conectar con la rabia que tenías adormecida o la alegría no manifestada.
¡Muévete! Deja que el movimiento de carga y descarga suceda espontáneamente. Date un tiempo cada día para desperezar tu cuerpo, estirarlo y bailarlo con una canción. Mueve cualquier sensación o emoción que aparezca y deja que se transforme.