El otro día una amiga se hacía la pregunta ¿la terapia me va a ayudar a quererme más? Y a la vez se respondía a sí misma que no confiaba en que un terapeuta pudiera hacerle cambiar de opinión sobre sí misma.
Desde luego que la conversación fue más larga y que sería necesario contextualizar este encuentro para entender mejor toda la situación pero quiero tratar de responder a algunas dudas, temores y cuestiones que pueden surgir a la hora de comenzar un proceso de terapia gestalt.
Antes de nada, decir que los terapeutas no somos magos que con nuestra varita mágica cambiamos a las personas. Y que tampoco propiciamos la dialéctica donde tratamos de hacer cambiar la opinión del paciente, remitiéndome a las palabras de esta amiga. Lo que sí propiciamos es un espacio de conciencia para que la persona pueda reconocer la opinión que tiene de sí misma, cómo se trata, con qué gafas se mira, los beneficios y costes que conlleva verse de esa manera…
Nuestra labor es la de acompañar a la persona a conocerse más, devolverle la confianza en sí mismo, facilitarle un camino en el que pueda descubrir sus resistencias y patrones (pensamientos, ideas, sentimientos y emociones) que tiene instaurados y que le causan dolor, desazón, incomodidad y rechazo hacia sí mismo. Y todo esto, con el paciente como principal protagonista y sujeto activo durante la terapia; sin olvidar que él mismo es quien mejor se conoce.
Volviendo a la pregunta inicial, he de decir que la terapia nos ayuda a querernos más en la medida en que nos hacemos más conscientes de toda la construcción de estos patrones, entendemos de dónde vienen, aprendemos a quedarnos con el dolor que nos generan (llorarlo, sentirlo y aliviarnos) y no tapamos y bloqueamos las emociones que hay alrededor de esta situación. Querer tapar simulando que todo está bien no es la solución, puesto que antes o después vuelve a aparecer aquello no resuelto.
Un principio básico para que cualquier terapia funcione es la CONFIANZA. Es decir, partimos de una esperanza firme o seguridad en que la cosa va a funcionar como se desea. Si esta confianza no está de inicio, tanto por parte del terapeuta como del paciente, probablemente la terapia no funcione. Una vez tenemos la confianza inicial, iremos construyendo el puente de confianza entre terapeuta y paciente, generando una relación de empatía para que el paciente pueda llegar a apoyarse en el terapeuta. Este es el mayor reto puesto que si el paciente no llega a confiar en el terapeuta o en el proceso será muy complicado apoyarlo a confiar en sí mismo para crecer y desarrollarse. Hay pacientes que no creen en la salud y por tanto no se comprometen con ella.
El COMPROMISO con el encuentro terapéutico es otra de las claves para que el proceso funcione, un compromiso por ambas partes (terapeuta y paciente). Si estás dispuesto a comprometerte contigo, a ser honesto con lo que te ocurre, a dejarte acompañar y hacerte responsable de lo que te pasa, es un buen punto de partida. La terapia es un espacio de sostén y apoyo que te irá dando las herramientas y recursos para poderte autosostener tú mismo. Y aquí quiero apuntar que hablar de RESPONSABILIDAD no significa que la terapia sea un esfuerzo, un trabajo, una tarea o una exigencia. Esta amiga, por la que ha surgido este post, me decía que no quería más obligaciones en su vida. La terapia suele ser un lugar de descanso, donde no hay exigencia ni juicio, donde uno puede dejarse SER. Cierto es que no se trata de un camino de rosas pero creo que hasta ahora no conozco ningún proceso de aprendizaje personal o de cualquier otra materia en el que todo haya sido fácil.
Si estás dudando hacer terapia y sin embargo se te despierta algo de curiosidad, sigue haciéndote preguntas, curioseando y prueba, date tiempo para ver en qué consiste. Si lo prefieres, también puedes llamarme o escribirme.