Dar un primer paso para empezar un proceso terapéutico no es fácil y es más, diría que es un acto de valentía y compromiso con uno mismo.
Por eso, a veces cuesta mucho tomar la decisión de querer indagar y reflexionar sobre nuestra propia vida junto a otra persona (el terapeuta), profundizar en aspectos que nos mantienen intranquilos, ansiosos, desilusionados o con falta de vitalidad.
A veces buscamos la forma de compensar todo lo que nos está pasando (sufrimiento, dolor, dudas, confusión, vacío, soledad, tristeza, inquietud…) con remedios inmediatos que nos llevan a sentirnos mejor momentaneamente pero de nuevo aparece aquel sentimiento incómodo de fondo.
Hasta que un buen día, alguien nos habla de la terapia, de un terapeuta o buscamos en internet la ayuda que necesitamos. Y en ese momento de llamar, de decidir empezar un proceso de crecimiento personal, aparecen pensamientos y emociones como:
- el miedo a lo desconocido. No conocemos al terapeuta, ni el lugar donde nos vamos a encontrar, ni sabemos en qué consistirá el proceso de terapia, lo qué tendré que hacer o decir…todo esto provoca temores.
- La vergüenza a desvelar quién eres, expresar lo que te pasa, a llorar y sentirte vulnerable frente a otra persona.
- La exigencia que nos dice que deberíamos ser fuertes para afrontar los problemas que estamos viviendo nosotros solos y «tirar para delante».
- La culpa por lo que nos está pasando. Puede aparecer un sentimiento de que tú mismo estás provocando esta situación y no debería de ser así, «deberías» estar alegre, feliz y valorar lo que tienes.
- Menospreciamos nuestros sentimientos. Tendemos a compararnos con otras personas y llegamos a la conclusión de que no es para tanto y que podemos continuar nuestra vida sin el apoyo terapeútico.
Y tal vez, con el miedo, la vergüenza, la exigencia, la culpa y también la motivación y ganas de sentirte mejor, decides llamar. Algunas de las cosas que encontrarás en el camino serán:
- un espacio para expresar y sentir con libertad y siendo espontáneo con lo que te pasa,
- alguien que te escucha sin juicios ni valoraciones,
- un apoyo y acompañamiento para que puedas acercarte a tu dolor con cariño,
- otra mirada amorosa para enseñarte a aliviar tu sufrimiento y ampliar tu potencial,
- un encuentro que te permite poner más conciencia a lo que estás haciendo, sintiendo y pensando.
Si sientes que quieres dar un paso más en tu camino de crecimiento y plenitud, empezar un proceso terapéutico puede ser una posibilidad.