El deseo y la necesidad de que nos cuiden está en nosotros desde que nacemos. Es más, si cuando somos bebés alguien no lo hiciera, no nos alimentara ni nos diera calor, moriríamos.
Y según vamos creciendo, esos cuidados van cambiando hasta que nos hacemos mayores y combinamos que nos cuiden con cuidarnos nosotros mismos. Empezar a hacer cosas sin el apoyo del padre o la madre es algo natural que también sucede porque buscamos diferenciarnos, valernos por nosotros mismos, demostrar(nos) que solos podemos y que empezamos a ser más independientes.
Eso no es cuidarse porque cuidarse también es mostrar que «no puedo con todo» y que «necesito a los demás», que «soy vulnerable y me dejo afectar», que a veces «me caigo» y otras «me levanto», que no siempre estoy bien y soy la más fuerte, que sufro y siento y padezco y estoy vivo.
Quienes crecieron rápido, es decir, aquellos que se hicieron fuertes, responsables y demostraron ante papá, mamá y sus mayores, que ya sabían cuidarse y no les iban a dar más preocupaciones, «se sobrecuidaron» o más bien, «se sobreprotegieron» de ser vulnerables, frágiles y también, de mostrar su necesidad de ser cuidados.
A veces hay que volver a hacer el camino contrario que consiste en aprender a dejarse cuidar. Y esto no quiere decir depositarse en manos de los demás y creerse con el derecho de ser cuidado y que tus amigos, pareja, familia se hagan cargo de nuestras necesidades afectivas, nuestro dolor, nuestros caprichos o problemas económicos. Eso sería volver al niño, que tampoco es cuidarse sino esperar a ser cuidado y exigir que sea así por parte de quienes tenemos cerca.
Dejarse cuidar implica cariño, confianza en la otra persona y complicidad. Dejarse cuidar, por otro lado, es dar a los demás la oportunidad de desplegar su amor, su rol de cuidador, la solidaridad y la gratuidad.
Dejarse cuidar comienza por mostrarse necesitado y esto es un paso que a veces nos cuesta, porque nos deja en un lugar muy vulnerable, desprotegidos y desnudas ante el cuidador. Para dejarse cuidar conviene estar libre de sentimientos de reproches, abusos, de chantajes emocionales y resentimientos. Sería estar como el bebé que desea ser tenido en brazos, acariciado y bañando. Si no es así, los conflictos, el desentendimiento y la desolación será constante y se despertará nuestra herida ante circunstancias cotidianas comprensibles en cualquier relación humana.
También pedir que nos cuiden es contar con que la respuesta a nuestra demanda de cuidado también puede ser no, «no ahora» o «no, siento que no puedo» o «no quiero». Ese es el miedo que sentimos cuando vamos necesitados de cuidado a buscarlo fuera de nosotros mismos. Pero si ya hemos aprendido a cuidarnos, a darnos amor, a querernos como somos, viviremos con naturalidad la falta de cuidado del otro.