Esta mañana desperté antes de que sonara la alarma y aunque mi mente se disparó pensando en todo lo que tenía que hacer en el día de hoy, elegí darme un tiempo para ver cómo estaba mi cuerpo, para sentir aquellas zonas más dormidas, ir abriendo los ojos poco a poco y notar por unos instantes cómo es despertarse, hacer movimientos lentos y percibir mi piel al tacto de las sábanas.
Tan solo me llevó unos minutos y el resultado fue placentero y mucho más agradable que levantarme como si tuviera un petardo persiguiéndome a punto de explotar.
Existe una gran diferencia entre moverse en «modo automático» o moverse con plena conciencia de los pasos que das, entre seguir el ritmo que impone la vida o tu propio ritmo, entre escuchar lo que se dice fuera o escuchar tu necesidad interna.
Saber lo que uno necesita no es una tarea fácil, a veces nos lleva toda la vida aprender a distinguir entre el «quiero» y el «tengo que», entre el deseo y la obligación, entre darse un tiempo de descanso o que la pereza cobre protagonismo, entre lo que me va bien o me conviene.
Empezar escuchando el cuerpo es un buen principio. En el cuerpo se dan todas las señales y sensaciones que son la antesala de las emociones (del miedo, el asco, la alegría, la tristeza…). Simplemente ve poniendo atención al cosquilleo en el estómago, cuando dejas de respirar y se te cierra el diafragma, el nudo en la garganta, el calor en tus manos, cómo caminas, si sonríes por agradar, si quieres llorar y te contienes…
El siguiente paso será seguir un impulso u otro pero de momento quédate con la pregunta inicial y pon atención a si tus movimientos surgen de algo genuino y orgánico, o estás en modo automático haciendo lo que supones que «tienes que» o «debes hacer».